miércoles, 7 de septiembre de 2011

Gris en azul // El tedio y la creación poética en Rubén Darío y la lírica hispanoamericana posmodernista (Lugones, Pezoa Véliz, Luis Carlos López)

Ayer fui invitada a la presentación del libro Gris en azul, del catedrático José Luis Castillo, y no fue hasta que estaba ahí sentada que recordé que yo revisé este libro y que me era tan familiar, precisamente porque luego de la corrección escribí este ensayo sobre el mismo, así que se los comparto a propósito de la presentación de anoche:


Un ensayo que logra unificar y, a la vez, contrastar paralelamente cuatro textos poéticos, demostrando eficazmente la existencia de la subjetividad y una condición psicopatológica imperante en ellos, eso es Gris en azul. Partiendo de la definición de una de las características predominantes en la poesía hispanoamericana de fin de siglo, el esplín, el doctor en lenguas y literaturas romances por la Universidad de Harvard, José Luis Castillo, señala esa característica latente en los cuatro textos, a saber, “Sinfonía en gris mayor”, de Rubén Darío; “En la Playa”, de Carlos López; “El solterón”, de Leopoldo Lugones; y “El pintor Pereza”, de Carlos Pezoa Véliz, tomando en cuenta en todo momento la constante unión entre las diversas manifestaciones poéticas de una subjetividad y las máscaras poéticas expresadas a través del esplín, que bien llamaríamos estado melancólico, y que dicha unión revela ambas corrientes: la modernista y la posmodernista en una sola.
Es decir, Gris en azul expresa el vínculo indestructible entre la poesía modernista, representada por Rubén Darío y la continuidad de la misma en los textos posmodernistas, representada por la tríada de poetas arriba mencionados. Asimismo, realiza una pormenorización de las peculiaridades propias de la poesía hispanoamericana posmodernista con relación a la poética dariana, sin la cual aquella carecería de su fundamental razón de ser.
No debemos perder de vista que el esplín, taedio vitae, fue una cualidad propia del Romanticismo. Como parte del punto de vista pesimista de la condición humana, el Romanticismo desveló las necrofilias y las patologías de la vida humana y una de ellas fue el llamado esplín. El término proviene del inglés (spleen) y a su vez éste lo tomó del griego (también spleen) y se refería, inicialmente, al bazo.
El esplín era la melancolía, sentimiento y estado anímico atribuido a una causa moral, más que física del vivir; los hombres de la Edad Media lo llamaban acedia, los románticos franceses ennui de vivre. Desde la antigüedad este estado de ánimo fue conocido. Los griegos lo llamaban "bilis negra" (melankolia: melas=negro, kholê=bilis) y se suponía que dicha bilis era producida por el bazo, de ahí que en inglés el nombre dado a este estado surja por asociación del órgano que lo produce. En español, ya teníamos el término melancolía para referirnos a este estado de ánimo, pero luego se decidió incorporar el término esplín para referirse al mismo, sin embargo, poco después se disoció el esplín de la melancolía, porque ésta se empezó a tratar como enfermedad mental, mientras que el esplín era una especie de “tocamiento divino”, en donde la vulgar locura era demasiado poca cosa.
Es conveniente subrayar la descripción de melancolía que los médicos, en la época de Darío, daban a ese término. Como se podrá ver, entre lo que describen aquellos médicos y lo que decían los poetas respecto de su esplín no hay diferencia, más bien, se complementan armónicamente. No por esto se quiera reducir un tópico literario a una patología, es simplemente un modo de alcanzar un sentido último, que por contexto cultural y epocal, se escapa.
En los textos analizados por el doctor Castillo, vemos al esplín como un acto de vida en que los poetas querían presentar, entre otras cosas, lo inaprensible para la razón. Se evidencia como una manera de reencontrar el esplín con lo racional, en temas inasibles para la razón. Asimismo, el título de esta obra juega anímicamente con el contenido en sí, pues el gris hace alusión a lo melancólico y a lo metarreferencial y crítico, tanto del esplín como al tipo de máscara mediante la que el poeta se manifiesta en cada uno de los poemas analizados.
Merece la pena, además, evidenciar que Gris en azul se enfoca en el análisis del contenido más que en el plano de la expresión. El doctor Castillo emprende un camino de develamiento de las estrategias puestas en juego en cada texto para validar su análisis, y hace uso, tanto de los elementos que voluntariamente recorta para su razonamiento y justificación, como de las porciones excluidas o elementos segregados, sin embargo, logra una sintonía con la elecciones y omisiones que lo llevan a concluir una labor verdaderamente fundamentada que se convierte en base metacrítica de ambas corrientes: la modernista y la posmodernista. Amparado en sus investigaciones acerca de la literatura hispanoamericana, y más exactamente del modernismo hispanoamericano, va manejando el hilo conductor en los poemas analizados con un fino y coherente discurso, unas veces con un estilo barroco sutil, de buen gusto, y otras muy moderno y transparente.
La maestría con la que el doctor Castillo hace uso del paradigma y la subjetividad es lo que impacta en la lectura de Gris en azul y genera, de cierta forma, una divergencia excéntrica, pero siempre renovadora, ya que mediante el discurso crítico de uno y otro caso va marcando el ejemplo paradigmático, que vuelve asequible el texto y lo hace atractivo, incluso para un nuevo público, ya que lleva a cabo una operación de sobreinterpretación de los textos literarios que analiza, los recrea, inventa, ilumina y oscurece ciertas zonas que lo emparientan con su propia escritura, con su concepción personal de lo que es escribir, y en cierto sentido: hace dialogar su crítica con la ficción. Entiende el ejercicio crítico y analítico como una operación de creación, a la manera de la teoría que es expresada como artista: de manera que el ensayo en sí se convierte en una forma de literatura, con ciertas marcas de crítico académico, cuyas valoraciones se exponen de manera directa y en primera persona.
Rubén Darío, poeta melancólico; Carlos Pezoa Véliz, poeta del desamparo, Lugones, poeta erótico/político; y Luis Carlos López, poeta antirromántico y melancólico, todos ellos verdaderos exponentes de la poesía hispanoamericana, que cumplieron con las normas básicas de los grandes vates: la precocidad, y cierto aire pagano y profético, bohemios y alucinados, los encontramos ahora en Gris en azul, comparados y contrastados con gran maestría y precisión.
Por un lado, Pezoa Véliz refleja en sus versos un mundo perdulario, de pena y muerte (“El pintor Pereza”), no obstante, no se advierte en los temples anímicos de su poema un afán redentorista ni mesiánico. Al mismo tiempo, revela la imagen del artista diletante y sin destino, una ironía si se contrasta con la imagen que Pezoa Véliz construyó de sí mismo. El personaje que retrata en el poema es un apartado, bohemio y estéril como creador. Su nombre es Juan Pereza, uno de los seudónimos que usó Pezoa Véliz para sus escritos en la prensa. Escribió en la soledad y la pobreza y sucumbió fugazmente ante la melancolía romántica, “pero no fue abatido por el spleen baudeleriano; tampoco lo pudo abofetear el tedium vitae, el mal de los artistas decadentes, porque estaba demasiado preocupado de ganarse la vida e ignorar a la muerte”.
Por su parte, Lugones en “El Solterón”, parte del lunario sentimental, muestra una sensualidad verdeniana, mezclada con sentimientos de soledad, tristeza y sensibilidad. Las descripciones no entorpecen la fluidez y simplicidad del conjunto. La primera estrofa da el tono melancólico de la historia:
Largas brumas violetas
flotan sobre el río gris,
y allá en las dársenas quietas
sueñan obscuras goletas
con un lejano país.
Por el contrario, Luis Carlos López se burla de sí mismo y de los demás. En su poema “En la Playa” se percibe un melancólico tono de desilusión ante la vida, de mirar ante todo la fragilidad pasional del hombre, tan similar al poema “sinfonía en gris mayor” del vates nicaragüense, Rubén Darío. En su mundo plástico, sobresale el color grisáceo de la melancolía, y el dibujo exacto de un viejo lobo de mar, sostenido apenas en la concisión de unos pocos trazos definitorios, con sus puntos suspensivos que lo dicen todo: mirar y dejar pasar, sabiendo que nada se podrá cambiar.
No cabe duda, entonces, que para el doctor Castillo adquiere mayor importancia el vínculo intertextual entre la “Sinfonía en gris mayor” y los tres poemas posmodernistas que reescriben de diversas formas críticas el texto emblemático de Darío, enfocándose en dos motivos antagónicos: “la inercia, matizadamente esplenética, y la vitalidad, poética o creativa (en su sentido literal de poiesis), mientras que por otra parte, en el plano de la expresión, trata de ponderar la impersonalidad parnasiana versus el personalismo romántico”.
En palabras del propio doctor Castillo, La “Sinfonía en gris mayor” representa, dentro de la poética dariana, la audaz inserción del gris en el azul, el injerto de lo real en lo ideal, la combinación del ethos desespiritualizado de la finitud moderna y la materialidad burguesa con el ámbito espiritualista de un arte romántico abocado a lo sublime.
Por Doris Arlen Espinoza
Septiembre de 2010

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