sábado, 4 de julio de 2009

PRÓLOGO AL DEN


PRÓLOGO

Sergio Ramírez

He entrado a las páginas del Diccionario del Español de Nicaragua, DEN, como quien se propone dar un agradable paseo de muchas y variadas estaciones, a lo largo de las cuales se harán descubrimientos, se encontrarán sorpresas y novedades, y se confirmarán algunas cosas sabidas, y otras presentidas. Así lo he cumplido, y así lo consigno.

Primero que nada, queda patente en estas páginas que tenemos una lengua nicaragüense, el mejor de nuestros patrimonios culturales. Un español con su propio color y sus propios matices, que es el fruto de varios siglos de mezclas, sumas y contradicciones que han venido a dar fusiones esplendentes. Ya venía el español de la Península teñido de griego y de latín, lo mismo que de árabe, y aquí subieron de intensidad esos colores gracias al chorotega y al náhuatl, principalmente, a las lenguas sureñas de raíz chibcha, panamá o quechua, después que a su paso por la Española y Cuba traía ya en su cauda al taíno caribeño, y luego recibiría todo lo que recibió de las lenguas africanas. Y cuánto no recibió luego del inglés.

En una conversación corriente de cualquier día, diremos alacena, alhaja, alcohol, ojalá, machalá, que vienen del árabe, o guaro, que es chibcha, lo mismo que chicha; ajiaco, bajareque, batea, bejuco, hamaca, iguana, yuca, que son palabras del taíno; ñoca, ñeque, ñundo, que son palabras del mangue; diremos chilote, yoltamal, pinol, tiste, chicuije, atol, que son palabras náhuatl; mondongo, que es una palabra del bantú africano, lengua del pueblo congo, como decimos chile congo, o mono congo; o cachimba, que viene del kimbundo africano kasima: pozo, hoyo; y chamba, guarapo, guineo, candanga y mandinga, también términos africanos; cachar, que es apropiarse de lo ajeno, viene de catcher, o pichar, ponérselas, que viene de pítcher, porque el beisbol está en la esencia de nuestra habla, como vienen también del inglés cutacha, guachimán, manjol, crique y bote, para no hablar de palabras que han dado la vuelta entera como alicate; lagarto partió hacia alligator, en inglés, y de allí volvió a nosotros; y quién nos dirá cómo vino a dar a nuestra habla marchanta y marchante, que es francés, aunque ya sabemos que placera, igual que canilla, están en las páginas de El Quijote, como otros términos del siglo de oro se quedaron atrapados en la lengua campesina, agora, vide, endeque, endenantes, cuantimás; para no hablar del hideputa cervantino, de tantas variantes en la lengua nuestra de cada día.

Hablamos entonces una lengua híbrida, cocinada en un hervor de siglos, que se hace cada día más rica, y lejos de dar señales de perecer, se nutre cada día. Bien está que su autor no llame a este diccionario “de nicaraguanismos”, sino, como debe ser, “del español de Nicaragua”, pues de otro modo seguiríamos disminuyendo lo que es tan rico, y tan vivo.

Bien ha hecho también, por fin, la Real Academia de la Lengua al aceptar que todos hablamos lenguas panhispánicas, tanto en la Península Ibérica como en los países de nuestra América, lejos de aquel viejo criterio de la lengua castiza de la Península, por un lado, y las lenguas viciadas, o contaminadas del continente, por el otro; lenguas contaminadas en que habían escrito el inca Garcilaso, Sor Juana y Rubén, y en la que escribirían después Neruda, Vallejo, Asturias y García Márquez.

Que la riqueza representada por una lengua de uso local, o regional, fuera considerada más como un vicio que como una virtud, fue un criterio sostenido ampliamente tanto en España como en América Latina, tal como lo sustentaba uno de nuestros ilustres filólogos, el doctor Mariano Barreto, que en 1893 publicó su Vicios de nuestro lenguaje. De ese mismo criterio venía la costumbre de los narradores de entrecomillar las expresiones del habla vernácula para tomar distancia, y no contaminarse, como si se tratara de cosa ajena, o execrable, pues por encima se hallaba el lenguaje culto. Era una frontera que no podía trasgredirse.

Nadie más trasgresor, ni más vicioso en este sentido, que nuestro Rubén Darío, quien entreveró en el castellano moribundo del siglo XIX todos los galicismos sonoros que dieron lumbre al modernismo, al punto que en lugar de espejismo se llegó a decir corrientemente miraje, y a los enamorados los empezó a llamar Rubén amorosos, como en los “Versos de Otoño”: las hojas amarillas caen en la alameda,/ en donde vagan tantas parejas amorosas… Allí se quedó también, de esa misma guisa, la horrible palabra rastacuero, el vil mediocre presumido, y que a lo mejor dio la vuelta entera, desde el castellano arrastra cueros.

Antecesores de este Diccionario del Español de Nicaragua, DEN, son, entre otros, Palabras y modismos de la lengua castellana, según se habla en Nicaragua, de C.H. Berendt, ese tesoro publicado en 1874; el Diccionario de nicaraguanismos. Refranes, modismos, expresiones, etc., de Anselmo Fletes Bolaños (1909); el Diccionario de Nicaraguanismos (1939), del doctor Hildebrando A. Castellón; el Diccionario del habla nicaragüense del general Alfonso Valle, (1948); El habla nicaragüense de Carlos Mántica (1989); el Vocabulario popular nicaragüense, de Joaquín Rabella y Chantal Pallais (1994); el Vocabulario Nicaragüense de Cristina María van der Gulden (1995); el Diccionario de Uso del Español Nicaragüense de la Academia Nicaragüense de la Lengua, DUEN (2001); así como el Pequeño diccionario analítico de Fernando Silva. Y aunque no un diccionario, es necesaria la mención de Del idioma español en Nicaragua (Glosas e indagaciones) (2005), de Jorge Eduardo Arellano.

Sin duda, de entre todos los diccionarios mencionados, éste que hoy presentamos es el más completo de todos, por su mayor número de entradas, por su acabada metodología, y por lo sistemático de su elaboración. Se trata, sin duda, como en todo trabajo de esta clase, de una investigación permanente, que futuras revisiones deberán ir enriqueciendo. No hay diccionarios estáticos.

La lengua es un organismo vivo, mutante y mutable, que se nutre de muchas vertientes, pero quizás de dos por sobre todo: el permanente laboratorio que es el habla popular, tal como el pueblo se expresa en la calle, en sus ámbitos públicos y privados; y la creación verbal de los escritores.

No se trata de dos categorías, una inculta y otra culta, sino de dos hemisferios que se nutren mutuamente. Sin el habla popular, los escritores no sobrevivirían; y las invenciones verbales de los escritores terminan por ser apropiadas por el habla de la calle: pregunten en una cantina qué significa panida, un término dariano, y cualquiera lo dirá. La palabra pan, sólo en Nicaragua tiene dos significados, pues al del pan de cada día hay que agregar el del dios Pan, de donde viene panida, y también pánico. Y a su vez, también las letrillas de las canciones populares, y su música verbal, entraron en la poesía dariana, como fue el caso de los endecasílabos de gaita gallega:

Libre la frente que el casco rehúsa/

bajo el gran sol de la eterna armonía…

Pasa pues, este Diccionario del Español de Nicaragua, DEN a ser referencia obligada, y pasa al acervo cultural de Nicaragua.

Masatepe, diciembre 2005.

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