No pretendo hacer un estudio lingüístico, sociolingüístico
ni mucho menos acerca de la lengua en nuestro país, simplemente quiero
conversar sobre algunos puntos que para mí resultan preocupantes y hasta
molestos a la hora de identificarnos como nicaragüenses en el ambiente
idiomático. Y es que hablar de “identificarnos” es un poco complicado, sobre
todo en el lenguaje que es tan cambiante, modificable y variable, no es un
asunto terminado. Además, tengamos en cuenta la época en la que estamos
viviendo, una época en la que las fronteras se han ido invisibilizando gracias
a las tecnologías (televisión por cable, Internet, celulares, etc.) que permiten la mezcla de identidades,
sobre todo la identidad lingüística. Como sigamos así, un día nos será difícil
saber qué hablamos exactamente.
De repente nos escuchamos diciendo palabras en inglés dentro
de las conversaciones cotidianas, de repente alguien usa una palabra propia del
habla mexicana, colombiana, argentina (por la influencia de las telenovelas y
series televisivas), a veces se nos mezclan a la hora de hablar dichos propios
de nuestros vecinos hondureños, salvadoreños o costarricenses, es una
mescolanza lingüística que no podemos
detener. Y esto hace que la lengua propia, el habla propia nicaragüense vaya
confundiéndose a tal punto que las nuevas generaciones ya no sabrán si hablan
español estándar, español nicaragüense o simplemente un español mezclado que se
ha modificado en el tiempo y que es más fuerte que la identidad. En esto hay
una disyuntiva, por una parte hemos ganado porque hemos incorporado términos
nuevos a nuestra lengua, nuevos conceptos y otros usos adquiridos,
especialmente por la globalización; y, por otra parte hemos perdido porque
nuestra lengua, el Español, va perdiendo valor frente al Inglés, ya que esta
lengua se impone en la mayoría de los sitios Web y otras páginas que son muy
utilizadas por nosotros.
Lo grandioso sería regresar a nuestras raíces para empezar a
conocernos lingüísticamente, saber de dónde vienen nuestros modismos, dichos,
refranes, dejos, regionalismos, guiños, interjecciones y por qué no, nuestro
lenguaje coprológico, por no decir soez.
El nicaragüense, en su mayoría, es vulgar al hablar, es soez
y lo disfruta, no vamos a mentir. Sin embargo, al nica le preocupa mucho el qué
dirán a la hora de abrir la boca; si viene de los departamentos a la capital se
cohíbe por su acento, por su deje, por cómo interactuar, especialmente los
estudiantes a la hora de llegar a la universidad, y claro, los capitalinos se
encargan de alguna manera de creer que hablan mejor sólo porque viven en la
capital. Pero eso no es todo, cuando el nicaragüense sale del país se preocupa
aún más, y entonces copia el acento, los modismos y regionalismos del país en
el que se encuentra, otra vez con la intención de encajar y no sentirse
cohibido o porque sigue pensando que habla mal. Pero esto resulta de la poca o
nula formación de una identidad lingüística, en la que haga que se sienta
orgulloso, que sienta que esa identidad
lingüística nos define tanto como individuos cuanto como grupo al que
pertenecemos. Que somos únicos, pero que además compartimos como comunidad, que
este lenguaje nica, tan rico y tan propio nos une al pasado y nos proyecta a
futuro.
Qué cosas me resultan preocupantes a la hora de hablar de
identidad lingüística en mi país:
1-
Que nos resulte denigrante el uso del voseo.
Señores, en Nicaragua voseamos, nadie tutea, a menos que sea un extranjero o un
seudointelectual que exterioriza una afectación anormal y fingida. No es una
razón de vergüenza vosear. Como dice el poeta Ernesto Cardenal: “En Nicaragua
no hablamos de tú sino de vos”. Me molesto cuando un amigo o amiga
me escribe por el chat diciéndome tú
en vez de vos, y yo sé perfectamente
que si la veo jamás hablaría de tú. Por otro lado, ni siquiera pueden conjugar
los verbos con el pronombre tú.
2-
Que piensen que el uso generalizado del “laísmo”
sea una manera de cosificar a la mujer. Decir “la Doris está enferma” no me
hace una cosa. En fin, el uso del laísmo en el caso de: artículo la + nombre personal femenino, si bien
es un uso coloquial no podemos obviar que es muy generalizado en Nicaragua y
que, por lo tanto, es parte de nuestra identidad lingüística.
3-
Que no podamos mantener, en su mayoría, una
lengua propia de la cual nos sintamos orgullosos a la hora de estar en otro
país y terminemos fingiendo un acento que más bien nos ridiculiza.
4-
Que nos parezca un avance cultural el hecho de
que vayamos perdiendo valores tradicionales, desde nuestros abuelos, nuestras
familias, quienes nos inculcaban verdadera cultura mediante los relatos
folclóricos (cuentos, chistes, fábulas). Ahora eso se ha ido perdiendo porque
tenemos otros modelos de familia, gracias a los medios de comunicación y el
Internet, que hacen que perdamos las equivalencias idiomáticas de nuestro país.
5-
Que no nos preocupemos por desarrollar nuestro
pensamiento (leer, escribir más) ni de expresar las ideas con el vocabulario
correcto del español estándar, sino que nos remitamos a comunicar ideas pobres
que no aportan nada al acervo cultural.
6-
Que se incremente el uso y abuso del lenguaje
del chat y los SMS. Ya nadie escribe cartas, ni siquiera por correo electrónico,
para comunicar nuestros pensamientos y sentimientos, ahora estamos urgidos,
todo es inmediato y esa inmediatez está matando nuestro lenguaje.
7-
Que ya casi nadie usa refranes, modismos y
frases folclóricas, excepto nuestras tías, abuelas y parientes, porque a
nosotros nos resulta algo arcaico, desusado y carente de modernidad.
8-
En fin, que nos dejemos dominar por la publicidad,
adoptando un lenguaje que no es nuestro, que no nos identifica, que es
importado y que a la larga va haciéndonos menos únicos.
Y que puedo decir, ya me puse nostálgica. Porque hablar de
identidad, aún más de la identidad lingüística, me recuerda a mi niñez, a mi
bisabuela tratando de que aprenda trabalenguas, adivinanzas y sonidos con la
boca que nunca olvido. A mi madre, quien fue pionera en enseñarme a leer,
escribir y decir correctamente las palabras, porque fue una gran lectora. Ahhh,
me encanta mi español de Nicaragua, y les aseguro, que puedo visitar muchos
países y enamorarme de sus lugares, sus gentes y su comida, pero no cambio mi
identidad lingüística.